martes, 1 de mayo de 2007

Memorias


La primera vez que leí un libro fuera de los manuales y textos del colegio fue en el ´98, Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, el cual me fue recomendado por una profesora a quien tenía en gran estima. Ese fue un buen libro para mi, en esa época recuerdo no haber pasado momentos felices, sin saber que no serían los peores, ya que en el año 2002 la vida me sorprendió con un nuevo golpe. Qué puñetazo, una amiga decidió suicidarse y sin más, se disparó en la cabeza. Fue una situación muy difícil que me llevó hasta Verónica decide morir, de Paulo Cohelo. No podía comprender cuál era ese sentimiento tan nefasto que a veces nos lleva a la desesperación y que en muchas ocasiones logra lo que quiere. No sé si fue el libro o la experiencia de la vida pero pude conocerlo y abrazarlo de cerca. Entonces comprendí el significado de estar entre una línea y otra, lo delgada que es y lo indeseable que puede ser. Esta fue creo, la etapa más difícil de mi vida. Pero ahora, puedo contarles de una más feliz y es cuando comencé la facultad, ese mundo que desde el colegio parece tan lejano, comenzaba a formar parte de mi vida, con todo lo que eso incluía, hacerse de conocidos, nuevas amistades, leer nuevos textos, inmiscuirse en algunos más interesantes, tropezones en Semiología, conocer la calidez humana de algunos profesores, estar un poco aquí y un poco allá. En esta nueva etapa conocí a una personita llena de ideales que me ofreció escribir para un boletín semanal que publicaban en su trabajo. Fue muy productivo participar en ello, debía leer distintos diarios para poder establecer un punto de vista que a veces se hacía común y otras muy encontrado. Sin embargo, disfruté mucho de esa tarea; luego llegaron los trabajos prácticos y abarcaron mi tiempo, pero de vez en cuando retomo las prácticas a modo de pasatiempo.
Por último, podría comentarles de mis viajes. ¡Ah! Qué bueno es viajar. Uno de los viajes que más presente tengo es el que realicé a San Luis, un lugar impactante en todo sentido, en principio por el efecto de esplendor que causa la naturaleza con las maravillas que nos presenta. No obstante, no somos capaces de prestarle el mínimo de atención, más allá de deslumbrarnos con su perfección. Quedamos atónitos con ella, nos agrada deleitarnos con su belleza y sin más no evitamos dañarla. Entonces reflexiono y recuerdo a unos niños que vi en uno de los recorridos que realicé. Éste no iba a ser uno más, me devolvió de manera ingenua la cruda realidad, aquellos que con su rostro dañado por los secos vientos que curten su piel se sienten tan felices de concurrir a clases con todo el sacrificio que requiere; al menos dos horas a caballo y unas dos más en colectivo, le hacen a uno sentirse mediocre por considerar una injusticia viajar dos horas en tren. Es por eso que creo firmemente en la idea de hacerle frente a la situación. Todos podemos lograr lo que queremos, sólo hace falta buena voluntad.
Raquel Ramoa.

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