lunes, 11 de junio de 2007

Locura

La locura nace en nuestro interior, nos excede y termina por explotar en nuestras manos. Nace tal vez sin que lo advirtamos, sin una circunstancia especifica que la haga florecer; trabaja incansablemente en los suburbios de nuestros pensamientos, incluso de nuestros pensamientos más profundos y oscuros.
Es un manjar que nos sirven y lo masticamos mecánicamente, manjar del que percibimos sus sabores “artificiales” de manera irracional. A su vez llena nuestro instinto, lo llena hasta que logra rebasarlo. Supera nuestras emociones, nuestros ánimos, nuestras acciones. Consigue hacernos rehenes de su voluntad, impone sus propias acciones, sus pensamientos.
Tan fuerte es su dominio sobre nosotros que termina resultando incontrolable, explota ante nuestra vista, como le sucede al capitán Kilgore; quien disfruta de su locura de un modo particular. Su placer esta dado por la belleza que encuentra en la guerra, en la lucha, la violencia, en la destrucción; también lo encuentra en su deporte favorito: el surf; práctica que se torna mas descabellada por la destrucción misma.
Del mismo modo el capitán Kurtz; al igual que otros personajes de la novela; fue abonado de la tan nombrada locura, que consiguió acorralarlo en aquella profunda selva; donde la civilización y la barbarie chocan estrepitosamente, locura que lleva como estandarte la extracción de marfil; es decir (según Kurtz) una “misión civilizadora”.

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